¡Soy yo, si Dios quiere!

Una tarde, Mulla Nasrudin le dijo a su esposa:
-Si mañana llueve, iré al bosque a recoger leña. Si no llueve, iré a arar nuestro terreno…
-¡Di si Dios quiere!, como un buen creyente!, le aconsejó su mujer.
-¿Para qué?, respondió con rebeldía Nasrudin. ¡Que llueva o no llueva, ya tengo algo que hacer!
Al día siguiente salió un sol
esplendoroso. Mulla se preparó para arar su campo. En el camino hacia su
trabajo se topó con un grupo de soldados.
-¡Eh, tío!, le gritaron. ¿Por dónde debemos ir para llegar a tal aldea?
-No recuerdo por dónde… respondió Nasrudin, no queriendo perder tiempo explicando tal cosa.
-Bueno, veamos si esto te refresca la memoria, le dijeron los soldados, y comenzaron a vapulearlo con sus bastones.
-¡Ahora recuerdo!, gritó Nasrudin.
-Entonces, guíanos hasta allá… le ordenaron los soldados.
Mientras caminaban comenzó a llover; y
horas más tarde, cuando dejó a los soldados en la aldea que buscaban,
Nasrudin emprendió el camino de regreso, empapado, agotado, con los pies
doloridos. Muy tarde en la noche, casi al alba, llegó medio
arrastrándose hasta la puerta de su hogar: Golpeó en la puerta, que
estaba trancada.
-¿Quién es?, gritó desde adentro su mujer:
Le respondió Mulla Nasrudin, al borde de las lágrimas:
-¡Soy yo, si Dios quiere!
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