Un aspirante a discípulo se presentó ante Bahaudin. El maestro estaba en
un jardín, rodeado por treinta de sus alumnos, después de la cena.
El recién llegado dijo:
“Deseo servirte.”
Bahaudin contestó:
“Como mejor puedes servirme es leyendo mi Risalat (Cartas).”
“Ya lo he hecho”, respondió el recién llegado.
“Si lo hubieras hecho realmente y no sólo aparentemente, no te habrías
acercado a mí de esta forma”, dijo Bahaudin. Y añadió:
“¿Por qué crees que eres capaz de aprender?”
“Estoy preparado para estudiar contigo.”
Bahaudin dijo:
“Que se levante el murid (discípulo) más joven.”
Anwari, que tenía dieciséis años, se puso en pie.
“¿Cuánto tiempo llevas con nosotros?”, le preguntó El-Shah.
“Tres semanas, oh Murshid.”
“¿Te he enseñado algo?”
“No lo sé.”
“¿Tú qué crees?”
“Yo creo que no”
Bahaudin le dijo:
“En la bolsa del recién llegado entrarás un libro de poemas. Cógelo y
recita su contenido sin cometer ningún error y sin abrirlo.”
Awari encontró el libro. No lo abrió, pero dijo:
“Me temo que está en turco.”
Bahaudin ordenó:
“¡Léelo!”
Anwari comenzó a recitar, y a medida que iba terminando, el extraño se
iba sintiendo más impresionado por este prodigio: alguien que leía un libro
en turco sin abrirlo y sin conocer esa lengua.
Cayendo a los pies de Bahaudin, rogó que le admitiera en su Círculo.
Bahaudin le dijo:
“Este tipo de fenómenos es el que te atrae, y mientras sea así, no sacarás
provecho de él. Ésa es la razón por la que, aun cuando hayas leído mi
Risalat, no lo has leído en realidad.”
“Vuelve”, continuó, “cuando lo hayas leído como acaba de leer este joven
imberbe. Gracias a esa clase de estudio, él ha conseguido un poder que
le permite recitar de un libro cerrado y al mismo tiempo le impide caer en
una admiración servil por ese hecho”
No hay comentarios:
Publicar un comentario