N. Scott Johnson

Fuera del océano, como nube de lluvia, ven y viaja,
pues si no viajas nunca llegarás a ser perla.
—′Attar
Desde
tiempos antiguos la perla ha sido un símbolo religioso importante; su origen
misterioso y la bella perfección de su forma han hecho de ella un emblema
poderoso de la perfección interna, de la vida regenerativa y del fruto de la
búsqueda mística.[1] La perla ha
sido durante mucho tiempo un símbolo profundo para los poetas persas sufíes
—los sufíes se refieren al arte mismo de la poesía como «la sarta de perlas».
Como ocurre con el simbolismo del vino, del rostro del Amado, y con otros
importantes símbolos sufíes, los poetas sufíes han establecido todo un lenguaje
simbólico relacionado con la perla. En este lenguaje, el término perla se cita
usualmente junto a varios otros motivos típicos, como la tierra firme, el
océano y la lluvia, y más frecuentemente, la ostra y el buscador de perlas. La
creación del lenguaje simbólico usado en la poesía sufí se basa en una
tradición simbolista «homogénea», «basada en una terminología simbólica
precisa» (Lewisohn 1989, p. 179). El símbolo poético es la destilación, la
articulación del conocimiento intuitivo del corazón. El símbolo (surat),
como vehículo de su significado (ma′nā), nunca se selecciona
por capricho de una persona, sino que es ‘comunicado’ por la visión de aquello
a lo que se abre. La perla, una joya en el interior de la concha exterior, es
uno de los símbolos a la vez más simples y más perfectos de lo valioso oculto
en el interior y de la perfección, y esto hace de ella un vehículo ideal para
expresar la doctrina sufí.
En las
obras de Mahmud Shabestari (m. 720/1320) y de Ŷalāl al-Din Rumi (m.
672/1273), la perla se convierte en un bello elemento para expresar profundas
verdades espirituales. En su obra
clásica Golshan-e rāz (La rosaleda secreta), escrita en
717/1317, Shabestari habla directamente de las dimensiones simbólicas y
metafísicas de la perla y del buscador de perlas. Las grandes obras de Rumi
están repletas de referencias a la ostra y a la perla, y juntas, ambas dibujan
una imagen vívida del simbolismo sufí de la perla. En las páginas siguientes
hablaremos de este simbolismo, buscando un entendimiento de lo que significa
«convertirse en perla», en palabras de ′Attār.
La ostra y la gota de agua
En el Golshan-e
rāz, Shabestari discute la metafísica, el simbolismo y los aspectos de
la senda sufí a través de una serie de respuestas a quince preguntas que le
plantea un compañero sufí. La décima pregunta se refiere al significado de la
perla:
¿Cuál
es ese mar cuya orilla es el habla?
¿Cuál
esa perla hallada en sus profundidades?
Shabestari
responde:
El
Ser es el mar, el habla la orilla,
la
concha las letras, la perla el conocimiento del corazón.
(Shabestari 1978, vv. 562-3, p. 56)
Dicho
esto, Shabestari se extiende sobre la relación entre la perla y el
“conocimiento del corazón” por medio de un ejemplo: la génesis de la perla en
las ostras del mar de Omán. Shabestari, en sus versos, vuelve a contar de un
modo muy efectista esta fábula tradicional, y evoca la tranquila belleza del
mar, y la maravillosa interacción entre las ostras y la lluvia que cae. Al caer
la lluvia de primavera en alta mar, en algún lugar en sus profundidades,
pequeñas ostras se elevan del fondo y viajan a la superficie. En la superficie
reciben, con «la boca abierta», una gota de lluvia, y tras volver al fondo del
mar, la transforman en perla.
La
primera parte del cuento de Shabestari se relaciona con el significado
metafísico de la ostra y cómo ésta consigue la perla, la segunda parte se
centra en el buscador de perlas. No sólo debe el buscador de perlas bucear en
las profundidades del océano, sino que debe además romper la concha para
abrirla y obtener la perla. Desde cierto punto de vista, las dos partes
reflejan los dos aspectos complementarios del descenso espiritual (tanzil)
y del retorno espiritual (ta’wil). Desde otro, la ostra y el buceador se
refieren a los viajeros en la Senda sufí (tariqat) y a aquellos aspectos
del ascenso espiritual y de la iniciación que tienen lugar en ella.
En el
ciclo del descenso y el retorno, la génesis de la perla ilustra los conceptos
de creación e interpretación en la poesía sufí. Como la ostra, el poeta tiene
la capacidad de ser el que transmite al buscador de perlas las verdades
espirituales del Cielo. Los movimientos de la ostra son los movimientos del
gnóstico en la búsqueda de ese regalo del Cielo que es la luz del Ser. El poeta
sufí es aquel que, como la ostra, convierte el fruto de la gnosis en un arte simbólico
tangible. La ostra debe hacerse digna de recibir este regalo. Pues como dice
Shabestari: «La perla de los misterios no se encuentra en todos los
recipientes» (Shabestari 1978, v 54, p. 5). La perla la obtienen sólo aquellas
ostras que han ascendido por la escala del viaje espiritual. El sufí, como la
ostra, debe efectuar un cambio en sí mismo mediante la disciplina espiritual,
que es también un ascenso vertical por el cosmos. Esto se refleja
simbólicamente en el viaje de la ostra desde las oscuras profundidades del mar
a la luminosidad de su brillante superficie.
A pesar
de habitar en un mundo acuático, la ostra tiene sed, y añora beber las aguas
puras que sólo pueden venir del Cielo. Aquí, nos hallamos ante un aspecto
importante del simbolismo relacionado con el agua. Se contraponen aquí dos
tipos de agua: el agua inferior, salobre, de la tierra y el agua superior,
inmaculada, que tiene su origen en el Cielo. En la tierra, toda el agua está
fluyendo, y se evapora finalmente para volver a su fuente. Como fuente de esa
vida renovada otorgada por Dios a la tierra, la lluvia se equipara a la
revelación. Como apunta Martin Lings: «En el Qorán las ideas de Misericordia y
de agua —la lluvia en particular— son de alguna manera inseparables. Junto a
ellas debemos incluir la idea de Revelación (tanzil), que significa
literalmente “enviar hacia abajo”» (Lings 1991, p. 67). El agua de lluvia,
limpia las impurezas a la vez que otorga una nueva vida. Desde otro punto de
vista, el agua salada del océano es símbolo de lo exotérico a través de lo cual
se debe viajar para alcanzar lo esotérico, la gota de lluvia (Ibíd., pp.
75-6).[2]
Y finalmente, la lluvia es símbolo de la Gnosis, ese conocimiento que
transforma y regenera la existencia misma de la ostra. Comentando el versículo,
Él hizo bajar agua desde el cielo, para
inundar los valles, cada uno de acuerdo con su capacidad (Qo 13,17),
Qazzāli escribe: «Los comentarios nos dicen que el agua es la Gnosis y que
los valles son los corazones» (Ibíd., p. 68).[3]
Símbolo de revelación y de conocimiento, Shabestari equipara la lluvia con el
conocimiento de los Nombres divinos:
De
Dios en cada uno hay una parte, un regusto,
origen
y retorno de cada uno es un Nombre divino.
En
ese Nombre cada criatura tiene su ser,
a
ese Nombre siempre alaba.
(Shabestari 1978, vv. 278-9, p. 28)
Cada
gota de agua es un Nombre distinto, pero es también el Ser divino presente en
su totalidad en cada una; lo Divino no es fragmentario. Shabestari escribe:
Si hiendes el corazón de una gota de agua
cien
océanos puros emergerán de él.
(Ibíd., v. 146, p. 15)
Cuando
la ostra alcanza con éxito la superficie, se encuentra en otro mundo. Se trata
del reino de lo imaginal (′ālam-e mesāl), el lugar de la
materia sutil y de la transformación alquímica, en el cual la gota de lluvia es
una perla y la perla es una gota de lluvia. Aquí las realidades arquetípicas
toman una forma sutil y llegan a ser visibles para el intelecto (′aql)
capaz de discernir del gnóstico. Para recibir ese conocimiento se debe estar
abierto al Cielo; como la ostra que debe ‘abrir la boca’ para recibir la
lluvia, y por ello dice Shabestari al viajero:
Ve y
limpia el espacio de tu corazón,
para
que el ángel pueda habitar contigo.
(Ibíd., v. 594, p. 59)
La
perla no es simplemente una ‘creación’ de la propia ostra, sino que es la
creación de Dios mediante la ostra. La perla pertenece a lo que Ibn ′Arabi
—cuyos escritos místicos fueron de central importancia para Shabestari—[4]
define como “creación teofánica”. Henry Corbin, refiriéndose a la doctrina de
Ibn ′Arabi de la creación teofánica, afirma:
Podríamos decir no sólo que el místico crea
(es decir, es la causa de) aquello que existía ya en el mundo del Misterio [la
lluvia] para que se manifieste en el mundo sensible [bajo forma de perla], sino
además que Dios creó este efecto mediante él. Corbin 1969, p. 228)
Este
encuentro místico implica una dialéctica entre la lluvia y la ostra. El
movimiento de la ostra para recibir su gota de lluvia es como la «oración del
heliotropo» que es llevado a seguir al sol siguiendo una «atracción recíproca y
simultánea entre el ser manifestado y su príncipe celestial» (Ibíd., p.
106). La creación de la perla se basa en una unio sympathetica, entre la
gota de agua y la ostra, entre el Nombre divino (el Señor revelado, el ángel
del siervo) y el siervo mismo, por el cual y en el cual el Señor se hace
visible (como perla). Así, ascender con la ostra, como el poeta, es tan sólo un
vehículo, una caña hecha hueca para resonar con la música de Dios. Rumi
escribe:
¡Estate
callado! Mas ¿qué puedo hacer?
la
lluvia llegó, y no soy sino un canalón.
(Chittick
1983, p. 271, Rumi Diwān 29280)
Una vez
que la ostra ha recibido la gota de lluvia, desciende de nuevo al mundo formal
de los objetos en el fondo del océano. Este descenso espiritual (tanzil)
representa también el proceso de aspiración espiritual de la ostra, que como un
artista da cuerpo objetivo a las visiones espirituales del corazón, un proceso
mediante el cual la gota de lluvia se convierte en perla. Este encuentro
también ilustra la naturaleza transformadora de la visión espiritual. La luz de
la gnosis es la de un conocimiento que transforma el ser mismo del gnóstico. La
ostra se ha transformado y lleva ahora un corazón de luz.
Debemos
también señalar que la perla, como fruto de la transformación gnóstica, está
relacionada con la ciencia tradicional de la alquimia. Entre los alquimistas
europeos, uno de los nombres de la piedra filosofal era margarita pretiosa,
la perla preciosa. Según las creencias islámicas tradicionales, la perla es el
producto de la conjunción del fuego y el agua (Cirlot 1962, p. 251). Es la
síntesis de los dos principios alquímicos opuestos de calor-expansión-fijación
y frío-contracción-solución. La perla es símbolo de integración. Es ese cuerpo
transformado en espíritu, y ese espíritu transformado en cuerpo.
Dentro
de su ostra, la perla es el símbolo del “Tesoro escondido”, ansioso por ser
revelado. Desde un punto de vista puramente fenoménico, la perla aparece como
una joya dentro de una concha y es así la quintaesencia del tesoro oculto. Rumi
escribe:
Hemos colocado estas perlas y estos frutos en
tu tesoro y ni tú mismo tenías conocimiento de ello. Estaban escondidas en
nuestro Conocimiento oculto. Antes de cobrar existencia, las cualidades y las
bellezas que veis hoy en vosotros fueron perlas en el Océano invisible,
ansiosas por entrar en los tesoros de los habitantes de la tierra firme. (Maŷāles-e sab′ah
28, Chittick 1983, p. 200)
Se
describe aquí el proceso completo de la teofanía de los Nombres divinos, desde
la esencia preeterna de la perla, a su ocultamiento y su anhelo por ser
descubierta (retornada) por su siervo. Rumi describe la gota de agua/perla en
términos similares a la ‘caña melancólica’, que debe ser cortada para
convertirse en el instrumento (flauta) por el cual Dios llega a conocerse a Sí
mismo. Pues si el agua del océano no se elevara hacia el cielo, no habría
perlas. Y Rumi escribe: «La gota que dejó su hogar, el mar, y retornó / halló
una ostra esperándola y se convirtió en perla» (Schimmel 1992, p. 159). Como el
junco, la perla anhela que la descubran para poder retornar a su fuente.
El buscador de perlas
La
segunda parte del cuento de Shabestari de la perla y la ostra se refiere a este
“regreso” de la perla gracias al buscador de perlas. Shabestari describe aquí
el proceso que el buceador debe seguir si quiere tener acceso a la perla. Para
poder conseguir la perla, el buscador debe hacer a la inversa el proceso de la
ostra: debe bucear hasta las profundidades, volver con la ostra a la
superficie, y abrir entonces la concha. Desde cierto punto de vista, esta
actuación a la inversa, esta penetración desde fuera hacia adentro puede
entenderse como el ta′wil, la hermenéutica espiritual. Del mismo
modo en que la gota de lluvia y la vuelta de la ostra a su lecho en el fondo
del mar representaban el descenso espiritual, tanzil, la recuperación de
la ostra por el buceador representa su regreso, ta′wil. Esto nos
recuerda el famoso aforismo del hermetismo: «Lo que está abajo es como lo que
está arriba». La perla es el fruto del encuentro espiritual más elevado, pero
debe ser encontrada en el lugar más bajo, en el fondo del océano. La tarea del
buscador es de interiorización. Su tarea es devolver la perla a la superficie,
pero al hacerlo debe ‘entrar para salir’. El ma′nā
(significado) se revela al penetrar en el surat (símbolo). El buceador,
como contemplador de lo sagrado, debe pues penetrar en el objeto desde fuera.
La ostra es como un mandala: pasando por sus niveles más externos se
llega a su centro, que es en definitiva la meta y la salida.
El
simbolismo del buscador de perlas es también una forma profunda de expresar el
viaje del adepto sufí por la Senda. La búsqueda de la perla es la búsqueda del
intelecto. En palabras de Shabestari:
El
buceador en este vasto mar es el intelecto
que
tiene cien perlas envueltas en su ropa.
El
corazón es para el conocimiento como un recipiente,
la
concha del conocimiento del corazón son la palabra y las letras.
(Shabestari 1978, vv. 575-576, p. 57)
El
buscador de perlas representa el intelecto, el conocimiento del corazón,
mientras que la tierra firme es el símbolo del cuerpo. El proceso de bucear se
refiere a la gnosis, que desarrolla el conocimiento del corazón, que Shabestari
opone a los actos del cuerpo y al conocimiento superficial:
Un
acto que procede de los bellos “estados” del corazón
es
mucho mejor que este mero conocimiento de la “palabra”.
(Shabestari 1978, vv. 585, p. 58)
Aquellos
que confían en «el conocimiento de la palabra» (las ciencias discursivas,
teóricas) están lejos de los gnósticos que persiguen el «conocimiento del
corazón», porque les falta la visión iluminativa directa de los gnósticos.
Estos seguidores de la “palabra” nunca llegan a aproximarse a la perla;
permanecen buscándola a tientas, sin esperanza alguna, en la superficie del
agua. Como escribe Rumi:
Aunque esa persona saque cien mil baldes de
agua del mar, no encontrará la perla. Se necesita un buceador de aguas
profundas para descubrir la perla, y no un buceador cualquiera, sino uno que
sea hábil y tenga suerte. Las artes y las ciencias son como sacar agua del mar
con cubos; encontrar la perla es otra cosa. (Nasr 1968, p. 352)
Para
encontrar la perla se debe ser un buceador. La imagen de bucear en el mar tiene
un componente de iniciativa. El buceador, al igual que el sufí, debe dejar su
casa en tierra firme —el reino de los asuntos mundanales— y someterse a un
sistema riguroso de disciplina espiritual siguiendo las instrucciones de un
maestro. El buceo nos recuerda que ese conocimiento tiene una dimensión
vertical e interior. Bucear requiere una gran concentración: resistencia física
y control de la respiración así como control de la mente sobre las propias
reacciones instintivas y los miedos. El oficio del buscador de perlas es un
oficio peligroso, un trabajo duro y lleno de incertidumbre. Los buceadores
tradicionales solían trabajar en parejas (Moon 1987). El buceador debía ir
siempre acompañado por otra persona que permanecía en el bote y sujetaba al
buceador con una cuerda de seguridad. Pasado un tiempo, el que estaba en el
bote tiraba del buceador hacia la superficie y lo devolvía al bote con las
ostras recogidas. Lo mismo hace el aspirante a sufí, dirigido por su maestro en
sus dificultades y sus trabajos. Y un viajero sin maestro es como un buceador
sin cuerda de seguridad.
Rompiendo la concha
Una vez
que se consigue la ostra, hallamos otros significados simbólicos relacionados
con la ruptura de la concha de la ostra para encontrar la perla. Shabestari
dice que la concha de la ostra pertenece a lo exotérico y lo formal:
«diccionario, etimología, sintaxis y accidente» (Shabestari 1978, v. 579, p.
58). Advierte de que no se malgaste la vida en esta “cáscara seca”. Pero la
concha también sirve a una función vital. La religión esotérica debe operar
dentro de la esfera de lo exotérico. En el mundo sensible, el ma′nā
sólo puede encontrarse a través del surat. Shabestari, por ello,
escribe:
No
encuentra la almendra quien no rompe la cáscara.
Sí,
ciertamente, sin cáscara la almendra no madura,
pero,
lo bello del conocimiento externo es la gnosis en su seno.
(Ibíd., vv. 581-2)
La
concha de la ostra se refiere al cuerpo exterior, dentro del cual se encuentra
la perla, que es lo más íntimo del corazón, el centro psico-espiritual del ser
humano. La ostra y su perla es un símbolo excepcionalmente vívido de esta
relación, pues en el nivel físico, la perla es esa recompensa que se halla
dentro de un animal. La concha es el velo del ego, el nafs animal, que
impide a la perla transmitir y recibir la luz de la gnosis. Romper la concha es
anonadarse a sí mismo mediante el rigor y la disciplina de la pobreza
espiritual. Sólo matando a la ostra se consigue la perla. Citando nuevamente a
Rumi:
El Océano de pureza me dijo: “No alcanzarás tu
deseo sin pagar por ello: en ti se halla una perla preciosa, rompe la concha”. (Chittick 1983, p.
303, Rumi Diwān 19859)
La
ruptura de la concha es el acto final del sufí, por el cual alcanza el objetivo
del anonadamiento (fanā′) de su ser y de la subsistencia (baqā′)
en el Ser. La perla significa la vida regenerada de aquel que ha muerto antes
de morir; mediante esta muerte se renace como perla. Esto nos recuerda las
palabras de Hallāŷ: “Matadme, amigos fieles, pues en mi martirio está
mi vida / mi muerte está en mi vida y mi vida en mi muerte”. Rumi escribe:
Una vez que te han liberado de esa jaula, tu casa será la rosaleda,
una vez que hayas roto la concha, morir será como la perla.
(Ibíd., p. 186, Diwān 21478)
Rumi
advierte además al viajero que lo que se debe buscar no es la perla en sí, sino
el principio de la perla, aquello por lo cual ésta brilla.
Sea cual sea la perla que veas, ¡busca otra en
su interior! Cada joya te dice: “¡No te des por satisfecho con mi belleza, pues
la luz en mi cara proviene de la vela de mi consciencia!” (Ibíd., p. 344, Diwān
1424-1425)
La
perla refleja esa luz que emana del rostro de lo Divino. El sufí que ha roto la
concha de su ego se convierte en perla, en ser de luz. El que se hace
completamente transparente se convierte en espejo de Dios. Este es el propósito
del baqā′, la subsistencia en Dios. Rumi escribe:
Mi
corazón es una ostra, la imagen del Amigo su perla,
pero
incluso así no estoy delimitado, pues esa casa está llena de Él.
(Ibíd., p. 264, Diwān 6098)
La perla
Nuestro
último punto será discutir qué significa la perla en sí misma y por lo tanto
qué significa “llegar a ser perla”. La perla es un símbolo fundamental de
perfección cosmológica, tanto en su forma como en su color. Como símbolo de
perfección, la perla representa las doctrinas sufíes de la unidad del Ser (wahdat-e
woŷud) y del Hombre universal (ensān-e kāmel). Por su
forma, la perla es una esfera, que corresponde al arquetipo de la Unidad. Ser
una perla es estar más allá de toda dualidad, ser Uno. En el pensamiento
islámico, la perla se identifica también con el andrógino, el «”hombre
esférico” a la vez primordial y final» (Cirlot 1962, p. 251). Ser perla es
recuperar la propia identidad primordial, alcanzar la perfección, convertirse
en espejo de Dios.
Del mismo modo en que el Hombre universal, el
arquetipo del cosmos, contiene en sí todas las ‘ideas’ platónicas, el gnóstico,
que ha realizado su unidad interior con su arquetipo, se convierte en el espejo
en el que Dios contempla sus propios Nombres y Cualidades. (Nasr 1968, p. 347)
La
segunda característica llamativa de la perla es su brillo lechoso, luminoso. La
perla es blanca, que es el color de la unidad y de la perfección. Ardalan y
Bakhtiar escriben:
El blanco es la integración de todos los
colores, puro e inmaculado. En su estado no manifestado es el color de la Luz
pura antes de la individualización, antes de que el uno se convierta en
múltiple. La Luz, que se ve simbólicamente como blanca, desciende desde el sol
y simboliza la unidad. (Ardalan y Bakhtiar 1973, p. 48)
Convertirse
en perla es ser pura luz, absorto en la Unión divina. Como símbolo de la realización
suprema en la senda sufí, la perla se identifica también con el Profeta, al que
Rumi llama «la perla maravillosa, única» (Chittick 1983, p. 75, Masnawi
IV 3445). Pues de acuerdo con la doctrina sufí, la realidad íntima del Profeta
es la Luz mohammadiana (al-nur al-mohammadi), el Logos y el arquetipo
del cosmos, que ilumina y sustenta la creación entera (Nasr 1968, p. 340). Como
símbolo de la Unidad y la Perfección, la perla brilla con la luz del Profeta.
Vemos
pues que en su nivel más elevado, la perla viene a simbolizar la unidad del Ser
y el Hombre universal. La perla representa la aspiración más elevada de las
ostras, de los buceadores, y de todos los viajeros de la Senda. En la poesía de
Shabestari y de Rumi se nos revela el secreto de las ostras de Omán; se señala
al buceador el lecho del mar en que se halla la ostra. Encontrar la ostra,
abrir su concha y convertirse finalmente en perla, es el trabajo en la vida del
buceador. Hemos visto que esa búsqueda es en sí peligrosa y llena de incertidumbre.
Sin embargo el buceador es sujetado por su guía en la barca, y si tiene
devoción, puede conseguirlo. Pero antes de que el buscador pueda participar de
la belleza de la perla, debe penetrar y romper la concha de su ego, y anonadar
su yo. Hecho esto, el buceador desaparece y sólo queda la perla, brillante y
perfecta. El verdadero buscador, como la ostra verdadera, sólo tiene un
propósito: la perla. Sin perla, buceador y ostra no tienen nada. Como escribe
Rumi:
La peor de todas las muertes es estar
sin Amor.
¿Por qué tiembla la ostra? Por la
perla.
(Chittick 1983, p. 213, Rumi
Diwān 13297)
SUFISMO SEVILLA:
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