ANTHONY DE MELLO
"Sólo hay una necesidad:
esa necesidad es amar.
Cuando alguien descubre eso,
es transformado".
Talleres de Autoconocimiento y Desarrollo Personal para España y Europa. Centro de Psicología Transpersonal y Positiva en Tomares y Sevilla. "Usted ha visto mi descenso. Ahora verá mi nacimiento." Maulana Rumi. Contacto y reserva: reche2@yahoo.es o 655090215
viernes, 30 de marzo de 2012
Omar Khayyam, Rubayat
Todo misterio que el corazón del sabio alberga,
más que el pájaro Simorg, oculto debe estar,
pues por estar oculta en la concha se convierte en perla
la gota que es misterio del corazón del mar.
más que el pájaro Simorg, oculto debe estar,
pues por estar oculta en la concha se convierte en perla
la gota que es misterio del corazón del mar.
Omar Khayyam, Rubayat
SOBRE LA BUSQUEDA
El que busca no es el que haya, cuando haya el buscador pasa a ser objeto de busqueda, él ya no es, ya es el objeto buscado, ya es uno.
El buscador
jueves, 29 de marzo de 2012
La Historia de MUSHKIL GUSHA
Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un pobre leñador viudo que vivía con su pequeña hija. Todos los días iba a las montañas a cortar leña para hacer fuego, que traía a casa y que ataba en haces. Después de tomar el desayuno, caminaba hasta el pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a casa, la niña le dijo: -Padre, a veces deseo tener mejor comida, más cantidad y diferentes clases de cosas para comer-. -Muy bien mi niña-, dijo el viejo, -mañana me levantaré más temprano que de costumbre, iré más lejos en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual-. Llegaré a casa más temprano y así podré atar la leña más rápido y luego iré al pueblo a venderla para que tengamos más dinero, y te traeré toda clase de cosas ricas para comer-.
A la mañana siguiente, el leñador se levantó antes del alba y se fue a las montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda hasta la pequeña casa. Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo: -Hija, hija, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito comer algún alimento antes de ir al mercado-.
Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del atado de leña.
La niña, como había olvidado la conversación de la noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo: -Hija, hija, ven pronto. Debo comer algo e ir al mercado a vender la leña pues es ya mucho más tarde que los otros días-.
Como la niña había olvidado aquella conversación de la noche anterior, mientras tanto, se había levantado, arreglado la casa, y había salido a caminar. Dejó la casa cerrada suponiendo en su olvido que su padre estaba todavía en el pueblo. Fue así que el leñador se dijo: -Ya es demasiado tarde para ir a la ciudad, regresaré a las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa y mañana tendré doble carga para llevar al mercado-. Trabajó duro ese día en las montañas cortando leña y dando forma a la misma. Era de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los hombros.
Puso el atado detrás de la casa, golpeó la puerta y dijo: -Hija, hija, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche tengo que dormir bien, para sentirme fuerte-.
Pero no hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó pensando que se había quedado a pasar la noche en el pueblo.
Nuevamente el leñador al ver que no podía entrar en su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó al lado de la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación de lo que hubiera podido pasarle a su pequeña hija.
Entonces, el leñador, porque tenía tanto frío, tanta hambre y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano a la mañana siguiente, aún antes de que hubiera luz. Se sentó, miró a su alrededor, pero no pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño. Le pareció escuchar una voz que decía: -Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y deseas poco, tendrás una comida deliciosa-. El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada.
Entonces sintió más cansancio, frío y hambre que antes, y además se había perdido. Había tenido muchas esperanzas pero eso no parecía haberlo ayudado. Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que el llorar tampoco le ayudaría. Así es que se acostó y se durmió. Muy poco después despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir. Fue entonces que se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le había pedido una clase de comida diferente.
Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra voz en algún lugar por encima suyo, como saliendo del amanecer, que decía: -Viejo hombre, viejo hombre, ¿qué haces tú sentado aquí?- -
Estoy contándome mi propia historia-, respondió el leñador. -Y, ¿cuál es?-. El leñador repitió su narración.
-Muy bien-, dijo la voz, y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera un escalón-. Pero yo no veo ningún escalón-, dijo el viejo. -No importa, haz lo que te digo-, ordenó la voz. El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto hubo cerrado los ojos descubrió que estaba parado y, levantando el pie derecho, sintió que había algo como un escalón debajo de él.
Comenzó a subir lo que parecía ser una escalera. De repente los escalones empezaron a moverse, se movían muy rápidamente, y la voz le dijo: -No abras los ojos hasta que yo te lo indique-.
No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo se encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol quemante sobre él. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas, pero parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a nadie. Pero la voz comenzó a hablar de nuevo. -Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja nuevamente los escalones-.
El leñador hizo lo que se le decía, y cuando abrió sus ojos por orden de la voz, se encontró parado delante de la puerta de su propia casa. Tocó la puerta y su hija le abrió. Ella le preguntó dónde había estado, y el padre le contó lo ocurrido; aunque la niña apenas entendía lo que él decía, porque todo le sonaba muy confuso.
Entraron a la casa y la pequeña niña y su padre compartieron lo último que les quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho que subiera los escalones.
La voz dijo: -A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate que todos los jueves en la noche comerás unos dátiles y darás otros a alguna persona necesitada, y contarás la historia de Mushkil Gusha.
De lo contrario harás un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca, sea olvidada. Si tú haces esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan verdadera necesidad siempre encontrarán su camino-.
El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un rincón de su pequeña casa. Parecían simples piedras, y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa llevó a su hija toda clase de exquisitos manjares que ella hasta entonces jamás había probado. Cuando terminaron de comer el viejo leñador dijo: -Ahora, te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Mushkil Gusha significa "El disipador de todas las dificultades". Nuestras dificultades han desaparecido a través de Mushkil Gusha y debemos siempre recordarlo.
Durante una semana, el hombre siguió como de costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Siempre encontró un comprador sin dificultad.
Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de los vecinos. Los vecinos no tenían nada con qué volver a encenderlo y fueron a casa del leñador y le dijeron: - Vecino, vecino, por favor danos un poco de fuego de esas maravillosas lámparas tuyas que vemos brillar a través de la ventana-. -¿Qué lámparas?-, preguntó el leñador. -Ven afuera y verás- , le respondieron. El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde adentro, a través de su ventana. Entró a la casa y vio que la luz salía del montón de pequeñas piedras que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así fue que salió y les dijo: -Vecinos, lo lamento, no tengo fuego- y cerró la puerta golpeándola en sus narices. Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos y regresaron a su casa refunfuñando. Y aquí ellos abandonan nuestra historia.
El leñador y su hija, rápidamente taparon las brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas piedras preciosas.
Una por una, fueron llevándolas a las ciudades de los alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador resolvió entonces construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo después había tomado forma un maravilloso edificio.
Ese rey, tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre, y quedó muy sorprendida. Preguntó a su servidumbre: - ¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?-. Los sirvientes salieron e investigaron y al regresar le contaron a la princesa la historia, hasta donde pudieron saberla.
La princesa entonces mandó llamar a la hija del leñador, pues estaba muy enojada, pero cuando las dos niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a jugar a un arroyo, que había sido hecho para la princesa por su padre.
Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó llevárselo y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Mas la princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó todos sus bienes; el leñador fue puesto en prisión, y su hija fue internada en un orfelinato.
Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se lo encadenó a un poste, con un letrero alrededor del cuello que decía: -Esto es lo que les ocurre a aquellos que roban a los reyes-.
Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía muy desdichado.
Pero como es común entre los hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a veces no.
Un día escuchó decir a alguien, que era jueves por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil Gusha, "El disipador de todas las dificultades", y que había olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba le arrojó una pequeña moneda. El leñador lo llamó: -Generoso amigo, me has dado dinero que para mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara para comprar uno o dos dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente agradecido.
El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha: -Creo que tú debes estar loco-, le dijo el hombre generoso. Pero era una persona comprensiva y a su vez tenía bastantes dificultades. Al llegar a su casa. Al llegar a su casa después de este incidente, encontró que todos sus problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí deja nuestra historia.
A la mañana siguiente la princesa volvió al lugar donde se bañaba, y cuando estaba por entrar al agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo del arroyo. Pero en el momento que estaba por recogerlo estornudó, echó hacia atrás su cabeza, y vio que lo que había tomado por su collar era solo su reflejo en el agua. El collar estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en el que lo había dejado hacía mucho tiempo. Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuera puesto en libertad, y que se le dieran públicas disculpas. La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices por siempre.
Estos son algunos de los incidentes de la historia de Mushkil Gusha.
Es un cuento muy largo y nunca termina. Tiene muchas formas. Algunas que ni siquiera se llaman la historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las reconoce como tal.
Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo que su historia, en cualquiera de sus formas, es recordada por alguien, en cualquier lugar del mundo, día y noche, donde fuere que haya gente. Así como su historia siempre ha sido relatada, así seguirá siendo contada, por siempre.
DISCURSOS DE JALAL AD-DIN RUMI
"El Maestro dijo: hay una cosa en este mundo que nunca debe ser olvidada. Si uno olvidara todo lo demás, pero no se olvidara de esta, no habría de qué preocuparse; en cambio si uno recordara e hiciera todo sin olvidar nada excepto ésta, no habría hecho nada en absoluto.
Es igual que si un rey te hubiera enviado a un país a cumplir una misión determinada. Vas y realizas cientos de otras tareas; pero si no realizas aquella tarea específica que te encargó, es como si no hubieras hecho nada en absoluto. De un modo similar el ser humano ha venido a este mundo para realizar una tarea
específica, y ese es su propósito; si no la realiza, no habrá hecho nada en absoluto."
DISCURSOS DE JALAL AD-DIN RUMI (Traducidos al inglés por A. J. Arberry y al castellano por M. Bonaudo)
EL ENTRENAMIENTO DEL BUSCADOR
"El entrenamiento mental es crucial si queremos perfeccionar y agudizar nuestra atención, desarrollar el balance emocional, la paz interior y la sabiduría así como cultivar la entrega hacia el bienestar de otros. Tenemos en nosotros mismos el potencial de desarrollar estas cualidades, pero no se desarrollarán por si mismas o sólo por simplemente desearlo, se requiere entrenamiento, y como todo entrenamiento, requiere perseverancia y entusiasmo. No aprenderemos nunca a esquiar si practicamos sólo uno o dos minutos al mes."
Foto: Matthieu en Jango Thang en el glaciar de Jomolhari en Bután, 2007
"El entrenamiento mental es crucial si queremos perfeccionar y agudizar nuestra atención, desarrollar el balance emocional, la paz interior y la sabiduría así como cultivar la entrega hacia el bienestar de otros. Tenemos en nosotros mismos el potencial de desarrollar estas cualidades, pero no se desarrollarán por si mismas o sólo por simplemente desearlo, se requiere entrenamiento, y como todo entrenamiento, requiere perseverancia y entusiasmo. No aprenderemos nunca a esquiar si practicamos sólo uno o dos minutos al mes."
Foto: Matthieu en Jango Thang en el glaciar de Jomolhari en Bután, 2007
miércoles, 28 de marzo de 2012
EL VIAJE DEL BUSCADOR
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir.
El había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían
de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después
de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos,
Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del
sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde
maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores;
la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera
lustrada.
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De
pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de
descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y
empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban
distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se
posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus
ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de
las piedras, aquella inscripción:
Abedul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.
Se
sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente
una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan
corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el
hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una
inscripción. Se acercó a leerla, decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses, y 3 semanas.
El
buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era
un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una, empezó a leer las
lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de
vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto, fue
comprobar que el que más tiempo había vivido apenas sobrepasaba 11
años... Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
El
cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó. Lo miró llorar por
un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
No,
ningún familiar, dijo el buscador. ¿Qué pasa con este pueblo, qué cosa
tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos
enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre
esta gente que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano sonrió y dijo:
Puede
usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos
una vieja costumbre. Le contaré. Cuando un joven cumple quince años sus
padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del
cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que
uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
a la izquierda, qué fue lo disfrutado…
a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció
a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme
y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?…
Y después… la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer
beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una
semana?…
¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo...?
¿y el casamiento de los amigos…?
¿y el viaje más deseado…?
¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?…
¿horas?, ¿días?…
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta
y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba,
porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
PSICOLOGÍA ESENCIAL:
https://www.facebook.com/pages/Trabajo-Esencial-Psicolog%C3%ADa-y-Desarrollo-Humano/115252618545781
El simbolismo sufí de la perla
N. Scott Johnson

Fuera del océano, como nube de lluvia, ven y viaja,
pues si no viajas nunca llegarás a ser perla.
—′Attar
Desde
tiempos antiguos la perla ha sido un símbolo religioso importante; su origen
misterioso y la bella perfección de su forma han hecho de ella un emblema
poderoso de la perfección interna, de la vida regenerativa y del fruto de la
búsqueda mística.[1] La perla ha
sido durante mucho tiempo un símbolo profundo para los poetas persas sufíes
—los sufíes se refieren al arte mismo de la poesía como «la sarta de perlas».
Como ocurre con el simbolismo del vino, del rostro del Amado, y con otros
importantes símbolos sufíes, los poetas sufíes han establecido todo un lenguaje
simbólico relacionado con la perla. En este lenguaje, el término perla se cita
usualmente junto a varios otros motivos típicos, como la tierra firme, el
océano y la lluvia, y más frecuentemente, la ostra y el buscador de perlas. La
creación del lenguaje simbólico usado en la poesía sufí se basa en una
tradición simbolista «homogénea», «basada en una terminología simbólica
precisa» (Lewisohn 1989, p. 179). El símbolo poético es la destilación, la
articulación del conocimiento intuitivo del corazón. El símbolo (surat),
como vehículo de su significado (ma′nā), nunca se selecciona
por capricho de una persona, sino que es ‘comunicado’ por la visión de aquello
a lo que se abre. La perla, una joya en el interior de la concha exterior, es
uno de los símbolos a la vez más simples y más perfectos de lo valioso oculto
en el interior y de la perfección, y esto hace de ella un vehículo ideal para
expresar la doctrina sufí.
En las
obras de Mahmud Shabestari (m. 720/1320) y de Ŷalāl al-Din Rumi (m.
672/1273), la perla se convierte en un bello elemento para expresar profundas
verdades espirituales. En su obra
clásica Golshan-e rāz (La rosaleda secreta), escrita en
717/1317, Shabestari habla directamente de las dimensiones simbólicas y
metafísicas de la perla y del buscador de perlas. Las grandes obras de Rumi
están repletas de referencias a la ostra y a la perla, y juntas, ambas dibujan
una imagen vívida del simbolismo sufí de la perla. En las páginas siguientes
hablaremos de este simbolismo, buscando un entendimiento de lo que significa
«convertirse en perla», en palabras de ′Attār.
La ostra y la gota de agua
En el Golshan-e
rāz, Shabestari discute la metafísica, el simbolismo y los aspectos de
la senda sufí a través de una serie de respuestas a quince preguntas que le
plantea un compañero sufí. La décima pregunta se refiere al significado de la
perla:
¿Cuál
es ese mar cuya orilla es el habla?
¿Cuál
esa perla hallada en sus profundidades?
Shabestari
responde:
El
Ser es el mar, el habla la orilla,
la
concha las letras, la perla el conocimiento del corazón.
(Shabestari 1978, vv. 562-3, p. 56)
Dicho
esto, Shabestari se extiende sobre la relación entre la perla y el
“conocimiento del corazón” por medio de un ejemplo: la génesis de la perla en
las ostras del mar de Omán. Shabestari, en sus versos, vuelve a contar de un
modo muy efectista esta fábula tradicional, y evoca la tranquila belleza del
mar, y la maravillosa interacción entre las ostras y la lluvia que cae. Al caer
la lluvia de primavera en alta mar, en algún lugar en sus profundidades,
pequeñas ostras se elevan del fondo y viajan a la superficie. En la superficie
reciben, con «la boca abierta», una gota de lluvia, y tras volver al fondo del
mar, la transforman en perla.
La
primera parte del cuento de Shabestari se relaciona con el significado
metafísico de la ostra y cómo ésta consigue la perla, la segunda parte se
centra en el buscador de perlas. No sólo debe el buscador de perlas bucear en
las profundidades del océano, sino que debe además romper la concha para
abrirla y obtener la perla. Desde cierto punto de vista, las dos partes
reflejan los dos aspectos complementarios del descenso espiritual (tanzil)
y del retorno espiritual (ta’wil). Desde otro, la ostra y el buceador se
refieren a los viajeros en la Senda sufí (tariqat) y a aquellos aspectos
del ascenso espiritual y de la iniciación que tienen lugar en ella.
En el
ciclo del descenso y el retorno, la génesis de la perla ilustra los conceptos
de creación e interpretación en la poesía sufí. Como la ostra, el poeta tiene
la capacidad de ser el que transmite al buscador de perlas las verdades
espirituales del Cielo. Los movimientos de la ostra son los movimientos del
gnóstico en la búsqueda de ese regalo del Cielo que es la luz del Ser. El poeta
sufí es aquel que, como la ostra, convierte el fruto de la gnosis en un arte simbólico
tangible. La ostra debe hacerse digna de recibir este regalo. Pues como dice
Shabestari: «La perla de los misterios no se encuentra en todos los
recipientes» (Shabestari 1978, v 54, p. 5). La perla la obtienen sólo aquellas
ostras que han ascendido por la escala del viaje espiritual. El sufí, como la
ostra, debe efectuar un cambio en sí mismo mediante la disciplina espiritual,
que es también un ascenso vertical por el cosmos. Esto se refleja
simbólicamente en el viaje de la ostra desde las oscuras profundidades del mar
a la luminosidad de su brillante superficie.
A pesar
de habitar en un mundo acuático, la ostra tiene sed, y añora beber las aguas
puras que sólo pueden venir del Cielo. Aquí, nos hallamos ante un aspecto
importante del simbolismo relacionado con el agua. Se contraponen aquí dos
tipos de agua: el agua inferior, salobre, de la tierra y el agua superior,
inmaculada, que tiene su origen en el Cielo. En la tierra, toda el agua está
fluyendo, y se evapora finalmente para volver a su fuente. Como fuente de esa
vida renovada otorgada por Dios a la tierra, la lluvia se equipara a la
revelación. Como apunta Martin Lings: «En el Qorán las ideas de Misericordia y
de agua —la lluvia en particular— son de alguna manera inseparables. Junto a
ellas debemos incluir la idea de Revelación (tanzil), que significa
literalmente “enviar hacia abajo”» (Lings 1991, p. 67). El agua de lluvia,
limpia las impurezas a la vez que otorga una nueva vida. Desde otro punto de
vista, el agua salada del océano es símbolo de lo exotérico a través de lo cual
se debe viajar para alcanzar lo esotérico, la gota de lluvia (Ibíd., pp.
75-6).[2]
Y finalmente, la lluvia es símbolo de la Gnosis, ese conocimiento que
transforma y regenera la existencia misma de la ostra. Comentando el versículo,
Él hizo bajar agua desde el cielo, para
inundar los valles, cada uno de acuerdo con su capacidad (Qo 13,17),
Qazzāli escribe: «Los comentarios nos dicen que el agua es la Gnosis y que
los valles son los corazones» (Ibíd., p. 68).[3]
Símbolo de revelación y de conocimiento, Shabestari equipara la lluvia con el
conocimiento de los Nombres divinos:
De
Dios en cada uno hay una parte, un regusto,
origen
y retorno de cada uno es un Nombre divino.
En
ese Nombre cada criatura tiene su ser,
a
ese Nombre siempre alaba.
(Shabestari 1978, vv. 278-9, p. 28)
Cada
gota de agua es un Nombre distinto, pero es también el Ser divino presente en
su totalidad en cada una; lo Divino no es fragmentario. Shabestari escribe:
Si hiendes el corazón de una gota de agua
cien
océanos puros emergerán de él.
(Ibíd., v. 146, p. 15)
Cuando
la ostra alcanza con éxito la superficie, se encuentra en otro mundo. Se trata
del reino de lo imaginal (′ālam-e mesāl), el lugar de la
materia sutil y de la transformación alquímica, en el cual la gota de lluvia es
una perla y la perla es una gota de lluvia. Aquí las realidades arquetípicas
toman una forma sutil y llegan a ser visibles para el intelecto (′aql)
capaz de discernir del gnóstico. Para recibir ese conocimiento se debe estar
abierto al Cielo; como la ostra que debe ‘abrir la boca’ para recibir la
lluvia, y por ello dice Shabestari al viajero:
Ve y
limpia el espacio de tu corazón,
para
que el ángel pueda habitar contigo.
(Ibíd., v. 594, p. 59)
La
perla no es simplemente una ‘creación’ de la propia ostra, sino que es la
creación de Dios mediante la ostra. La perla pertenece a lo que Ibn ′Arabi
—cuyos escritos místicos fueron de central importancia para Shabestari—[4]
define como “creación teofánica”. Henry Corbin, refiriéndose a la doctrina de
Ibn ′Arabi de la creación teofánica, afirma:
Podríamos decir no sólo que el místico crea
(es decir, es la causa de) aquello que existía ya en el mundo del Misterio [la
lluvia] para que se manifieste en el mundo sensible [bajo forma de perla], sino
además que Dios creó este efecto mediante él. Corbin 1969, p. 228)
Este
encuentro místico implica una dialéctica entre la lluvia y la ostra. El
movimiento de la ostra para recibir su gota de lluvia es como la «oración del
heliotropo» que es llevado a seguir al sol siguiendo una «atracción recíproca y
simultánea entre el ser manifestado y su príncipe celestial» (Ibíd., p.
106). La creación de la perla se basa en una unio sympathetica, entre la
gota de agua y la ostra, entre el Nombre divino (el Señor revelado, el ángel
del siervo) y el siervo mismo, por el cual y en el cual el Señor se hace
visible (como perla). Así, ascender con la ostra, como el poeta, es tan sólo un
vehículo, una caña hecha hueca para resonar con la música de Dios. Rumi
escribe:
¡Estate
callado! Mas ¿qué puedo hacer?
la
lluvia llegó, y no soy sino un canalón.
(Chittick
1983, p. 271, Rumi Diwān 29280)
Una vez
que la ostra ha recibido la gota de lluvia, desciende de nuevo al mundo formal
de los objetos en el fondo del océano. Este descenso espiritual (tanzil)
representa también el proceso de aspiración espiritual de la ostra, que como un
artista da cuerpo objetivo a las visiones espirituales del corazón, un proceso
mediante el cual la gota de lluvia se convierte en perla. Este encuentro
también ilustra la naturaleza transformadora de la visión espiritual. La luz de
la gnosis es la de un conocimiento que transforma el ser mismo del gnóstico. La
ostra se ha transformado y lleva ahora un corazón de luz.
Debemos
también señalar que la perla, como fruto de la transformación gnóstica, está
relacionada con la ciencia tradicional de la alquimia. Entre los alquimistas
europeos, uno de los nombres de la piedra filosofal era margarita pretiosa,
la perla preciosa. Según las creencias islámicas tradicionales, la perla es el
producto de la conjunción del fuego y el agua (Cirlot 1962, p. 251). Es la
síntesis de los dos principios alquímicos opuestos de calor-expansión-fijación
y frío-contracción-solución. La perla es símbolo de integración. Es ese cuerpo
transformado en espíritu, y ese espíritu transformado en cuerpo.
Dentro
de su ostra, la perla es el símbolo del “Tesoro escondido”, ansioso por ser
revelado. Desde un punto de vista puramente fenoménico, la perla aparece como
una joya dentro de una concha y es así la quintaesencia del tesoro oculto. Rumi
escribe:
Hemos colocado estas perlas y estos frutos en
tu tesoro y ni tú mismo tenías conocimiento de ello. Estaban escondidas en
nuestro Conocimiento oculto. Antes de cobrar existencia, las cualidades y las
bellezas que veis hoy en vosotros fueron perlas en el Océano invisible,
ansiosas por entrar en los tesoros de los habitantes de la tierra firme. (Maŷāles-e sab′ah
28, Chittick 1983, p. 200)
Se
describe aquí el proceso completo de la teofanía de los Nombres divinos, desde
la esencia preeterna de la perla, a su ocultamiento y su anhelo por ser
descubierta (retornada) por su siervo. Rumi describe la gota de agua/perla en
términos similares a la ‘caña melancólica’, que debe ser cortada para
convertirse en el instrumento (flauta) por el cual Dios llega a conocerse a Sí
mismo. Pues si el agua del océano no se elevara hacia el cielo, no habría
perlas. Y Rumi escribe: «La gota que dejó su hogar, el mar, y retornó / halló
una ostra esperándola y se convirtió en perla» (Schimmel 1992, p. 159). Como el
junco, la perla anhela que la descubran para poder retornar a su fuente.
El buscador de perlas
La
segunda parte del cuento de Shabestari de la perla y la ostra se refiere a este
“regreso” de la perla gracias al buscador de perlas. Shabestari describe aquí
el proceso que el buceador debe seguir si quiere tener acceso a la perla. Para
poder conseguir la perla, el buscador debe hacer a la inversa el proceso de la
ostra: debe bucear hasta las profundidades, volver con la ostra a la
superficie, y abrir entonces la concha. Desde cierto punto de vista, esta
actuación a la inversa, esta penetración desde fuera hacia adentro puede
entenderse como el ta′wil, la hermenéutica espiritual. Del mismo
modo en que la gota de lluvia y la vuelta de la ostra a su lecho en el fondo
del mar representaban el descenso espiritual, tanzil, la recuperación de
la ostra por el buceador representa su regreso, ta′wil. Esto nos
recuerda el famoso aforismo del hermetismo: «Lo que está abajo es como lo que
está arriba». La perla es el fruto del encuentro espiritual más elevado, pero
debe ser encontrada en el lugar más bajo, en el fondo del océano. La tarea del
buscador es de interiorización. Su tarea es devolver la perla a la superficie,
pero al hacerlo debe ‘entrar para salir’. El ma′nā
(significado) se revela al penetrar en el surat (símbolo). El buceador,
como contemplador de lo sagrado, debe pues penetrar en el objeto desde fuera.
La ostra es como un mandala: pasando por sus niveles más externos se
llega a su centro, que es en definitiva la meta y la salida.
El
simbolismo del buscador de perlas es también una forma profunda de expresar el
viaje del adepto sufí por la Senda. La búsqueda de la perla es la búsqueda del
intelecto. En palabras de Shabestari:
El
buceador en este vasto mar es el intelecto
que
tiene cien perlas envueltas en su ropa.
El
corazón es para el conocimiento como un recipiente,
la
concha del conocimiento del corazón son la palabra y las letras.
(Shabestari 1978, vv. 575-576, p. 57)
El
buscador de perlas representa el intelecto, el conocimiento del corazón,
mientras que la tierra firme es el símbolo del cuerpo. El proceso de bucear se
refiere a la gnosis, que desarrolla el conocimiento del corazón, que Shabestari
opone a los actos del cuerpo y al conocimiento superficial:
Un
acto que procede de los bellos “estados” del corazón
es
mucho mejor que este mero conocimiento de la “palabra”.
(Shabestari 1978, vv. 585, p. 58)
Aquellos
que confían en «el conocimiento de la palabra» (las ciencias discursivas,
teóricas) están lejos de los gnósticos que persiguen el «conocimiento del
corazón», porque les falta la visión iluminativa directa de los gnósticos.
Estos seguidores de la “palabra” nunca llegan a aproximarse a la perla;
permanecen buscándola a tientas, sin esperanza alguna, en la superficie del
agua. Como escribe Rumi:
Aunque esa persona saque cien mil baldes de
agua del mar, no encontrará la perla. Se necesita un buceador de aguas
profundas para descubrir la perla, y no un buceador cualquiera, sino uno que
sea hábil y tenga suerte. Las artes y las ciencias son como sacar agua del mar
con cubos; encontrar la perla es otra cosa. (Nasr 1968, p. 352)
Para
encontrar la perla se debe ser un buceador. La imagen de bucear en el mar tiene
un componente de iniciativa. El buceador, al igual que el sufí, debe dejar su
casa en tierra firme —el reino de los asuntos mundanales— y someterse a un
sistema riguroso de disciplina espiritual siguiendo las instrucciones de un
maestro. El buceo nos recuerda que ese conocimiento tiene una dimensión
vertical e interior. Bucear requiere una gran concentración: resistencia física
y control de la respiración así como control de la mente sobre las propias
reacciones instintivas y los miedos. El oficio del buscador de perlas es un
oficio peligroso, un trabajo duro y lleno de incertidumbre. Los buceadores
tradicionales solían trabajar en parejas (Moon 1987). El buceador debía ir
siempre acompañado por otra persona que permanecía en el bote y sujetaba al
buceador con una cuerda de seguridad. Pasado un tiempo, el que estaba en el
bote tiraba del buceador hacia la superficie y lo devolvía al bote con las
ostras recogidas. Lo mismo hace el aspirante a sufí, dirigido por su maestro en
sus dificultades y sus trabajos. Y un viajero sin maestro es como un buceador
sin cuerda de seguridad.
Rompiendo la concha
Una vez
que se consigue la ostra, hallamos otros significados simbólicos relacionados
con la ruptura de la concha de la ostra para encontrar la perla. Shabestari
dice que la concha de la ostra pertenece a lo exotérico y lo formal:
«diccionario, etimología, sintaxis y accidente» (Shabestari 1978, v. 579, p.
58). Advierte de que no se malgaste la vida en esta “cáscara seca”. Pero la
concha también sirve a una función vital. La religión esotérica debe operar
dentro de la esfera de lo exotérico. En el mundo sensible, el ma′nā
sólo puede encontrarse a través del surat. Shabestari, por ello,
escribe:
No
encuentra la almendra quien no rompe la cáscara.
Sí,
ciertamente, sin cáscara la almendra no madura,
pero,
lo bello del conocimiento externo es la gnosis en su seno.
(Ibíd., vv. 581-2)
La
concha de la ostra se refiere al cuerpo exterior, dentro del cual se encuentra
la perla, que es lo más íntimo del corazón, el centro psico-espiritual del ser
humano. La ostra y su perla es un símbolo excepcionalmente vívido de esta
relación, pues en el nivel físico, la perla es esa recompensa que se halla
dentro de un animal. La concha es el velo del ego, el nafs animal, que
impide a la perla transmitir y recibir la luz de la gnosis. Romper la concha es
anonadarse a sí mismo mediante el rigor y la disciplina de la pobreza
espiritual. Sólo matando a la ostra se consigue la perla. Citando nuevamente a
Rumi:
El Océano de pureza me dijo: “No alcanzarás tu
deseo sin pagar por ello: en ti se halla una perla preciosa, rompe la concha”. (Chittick 1983, p.
303, Rumi Diwān 19859)
La
ruptura de la concha es el acto final del sufí, por el cual alcanza el objetivo
del anonadamiento (fanā′) de su ser y de la subsistencia (baqā′)
en el Ser. La perla significa la vida regenerada de aquel que ha muerto antes
de morir; mediante esta muerte se renace como perla. Esto nos recuerda las
palabras de Hallāŷ: “Matadme, amigos fieles, pues en mi martirio está
mi vida / mi muerte está en mi vida y mi vida en mi muerte”. Rumi escribe:
Una vez que te han liberado de esa jaula, tu casa será la rosaleda,
una vez que hayas roto la concha, morir será como la perla.
(Ibíd., p. 186, Diwān 21478)
Rumi
advierte además al viajero que lo que se debe buscar no es la perla en sí, sino
el principio de la perla, aquello por lo cual ésta brilla.
Sea cual sea la perla que veas, ¡busca otra en
su interior! Cada joya te dice: “¡No te des por satisfecho con mi belleza, pues
la luz en mi cara proviene de la vela de mi consciencia!” (Ibíd., p. 344, Diwān
1424-1425)
La
perla refleja esa luz que emana del rostro de lo Divino. El sufí que ha roto la
concha de su ego se convierte en perla, en ser de luz. El que se hace
completamente transparente se convierte en espejo de Dios. Este es el propósito
del baqā′, la subsistencia en Dios. Rumi escribe:
Mi
corazón es una ostra, la imagen del Amigo su perla,
pero
incluso así no estoy delimitado, pues esa casa está llena de Él.
(Ibíd., p. 264, Diwān 6098)
La perla
Nuestro
último punto será discutir qué significa la perla en sí misma y por lo tanto
qué significa “llegar a ser perla”. La perla es un símbolo fundamental de
perfección cosmológica, tanto en su forma como en su color. Como símbolo de
perfección, la perla representa las doctrinas sufíes de la unidad del Ser (wahdat-e
woŷud) y del Hombre universal (ensān-e kāmel). Por su
forma, la perla es una esfera, que corresponde al arquetipo de la Unidad. Ser
una perla es estar más allá de toda dualidad, ser Uno. En el pensamiento
islámico, la perla se identifica también con el andrógino, el «”hombre
esférico” a la vez primordial y final» (Cirlot 1962, p. 251). Ser perla es
recuperar la propia identidad primordial, alcanzar la perfección, convertirse
en espejo de Dios.
Del mismo modo en que el Hombre universal, el
arquetipo del cosmos, contiene en sí todas las ‘ideas’ platónicas, el gnóstico,
que ha realizado su unidad interior con su arquetipo, se convierte en el espejo
en el que Dios contempla sus propios Nombres y Cualidades. (Nasr 1968, p. 347)
La
segunda característica llamativa de la perla es su brillo lechoso, luminoso. La
perla es blanca, que es el color de la unidad y de la perfección. Ardalan y
Bakhtiar escriben:
El blanco es la integración de todos los
colores, puro e inmaculado. En su estado no manifestado es el color de la Luz
pura antes de la individualización, antes de que el uno se convierta en
múltiple. La Luz, que se ve simbólicamente como blanca, desciende desde el sol
y simboliza la unidad. (Ardalan y Bakhtiar 1973, p. 48)
Convertirse
en perla es ser pura luz, absorto en la Unión divina. Como símbolo de la realización
suprema en la senda sufí, la perla se identifica también con el Profeta, al que
Rumi llama «la perla maravillosa, única» (Chittick 1983, p. 75, Masnawi
IV 3445). Pues de acuerdo con la doctrina sufí, la realidad íntima del Profeta
es la Luz mohammadiana (al-nur al-mohammadi), el Logos y el arquetipo
del cosmos, que ilumina y sustenta la creación entera (Nasr 1968, p. 340). Como
símbolo de la Unidad y la Perfección, la perla brilla con la luz del Profeta.
Vemos
pues que en su nivel más elevado, la perla viene a simbolizar la unidad del Ser
y el Hombre universal. La perla representa la aspiración más elevada de las
ostras, de los buceadores, y de todos los viajeros de la Senda. En la poesía de
Shabestari y de Rumi se nos revela el secreto de las ostras de Omán; se señala
al buceador el lecho del mar en que se halla la ostra. Encontrar la ostra,
abrir su concha y convertirse finalmente en perla, es el trabajo en la vida del
buceador. Hemos visto que esa búsqueda es en sí peligrosa y llena de incertidumbre.
Sin embargo el buceador es sujetado por su guía en la barca, y si tiene
devoción, puede conseguirlo. Pero antes de que el buscador pueda participar de
la belleza de la perla, debe penetrar y romper la concha de su ego, y anonadar
su yo. Hecho esto, el buceador desaparece y sólo queda la perla, brillante y
perfecta. El verdadero buscador, como la ostra verdadera, sólo tiene un
propósito: la perla. Sin perla, buceador y ostra no tienen nada. Como escribe
Rumi:
La peor de todas las muertes es estar
sin Amor.
¿Por qué tiembla la ostra? Por la
perla.
(Chittick 1983, p. 213, Rumi
Diwān 13297)
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martes, 27 de marzo de 2012
" La verdad es una tierra sin caminos".
-Jiddu Krishnamurti.♥
"Truth is a pathless land."
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lunes, 26 de marzo de 2012
Sobre la Observación y el Estudio de Sí
Sobre
la Observación y el Estudio de Sí
Para empezar la observación de sí y el estudio de sí es
necesario dividirse a sí mismo. Por cierto un hombre debe comprender
ante todo que se compone de dos hombres."
Mientras un hombre se siga tomando a sí mismo como una sola
persona nunca se moverá de donde está. El trabajo sobre sí
se inicia en cuanto empiece a sentir dos hombres en sí mismo.
Uno es pasivo y lo único que puede hacer es registrar u observar lo
que le está sucediendo. El otro, aquel que se llama a sí mismo
"Yo", es activo, habla de sí mismo en primera persona, y
en realidad es tan sólo una persona inventada, irreal. Llamemos a
esa persona el hombre A.
Cuando un hombre comprende su impotencia frente a A, su
actitud hacia sí mismo y hacia A deja de ser indiferente o
despreocupada. La Observación de Sí se convierte en observación de
A. Un hombre comprende que no es A, que A no es
nada sino la máscara que lleva, la parte que desempeña
inconscientemente y que por desdicha no puede dejar de desempeñar,
una parte que lo gobierna y le hace hacer y decir cosas estúpidas,
miles de cosas que nunca haría ni diría. Si es sincero consigo
mismo, siente que está en el poder de A y al mismo tiempo siente que
no es A. Empieza a temer a A, empieza a sentir que es su enemigo. No
importa qué le gustaría hacer, todo es cambiado e interceptado por
A. A es su enemigo. Los deseos, las simpatías, los
pensamientos, las opiniones de A, o se oponen a sus propias vistas,
sentimientos y estados de ánimo, o no tienen nada de común con
ellos. Y al mismo tiempo es su amo. Él es el esclavo, carece de
voluntad propia.
Carece de medios para expresar sus deseos porque todo lo que le
gustaría hacer o decir sería hecho para él por A. En este
nivel de la observación de sí un hombre debe comprender que todo su
propósito es liberarse de A. Y ya que de hecho no puede
liberarse de A porque es él mismo, por lo tanto
debe dominar a A y hacerle hacer, no lo que el A
de un momento dado quiere hacer, sino lo que él mismo quiere
hacer. Siendo el amo, A debe pasar a ser el sirviente.
La primera etapa del trabajo sobre sí consiste en separarse
mentalmente de A. Es preciso recordar que toda la atención debe
concentrarse en A, porque el hombre es incapaz de
explicar qué es él mismo en realidad. Pero puede
explicar a A ante él mismo, y con esto ha de empezar,
recordando al mismo tiempo que él no es A.
G. I. Gurdjieff
TRABAJO ESENCIAL

ALEGORÍA HINDÚ DEL CARRUAJE Y EL COCHERO
Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo...” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
—¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...
—Cierto —digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:
—¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.
Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:
—¡Qué me hizo!
Me grita:
—¡Te falta el cochero!
—¡Ah! —digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.
Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto del viaje.
TRABAJO ESENCIAL
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Sobre El Buscador
En el conocimiento de uno mismo es necesario la presencia de espejos,
solo a través de ellos podemos observar nuestra propia realidad, el
grupo nos permite mejorar nuestro conocimiento y visión esencial. El
grupo nos aporta el laboratorio de experiencias y emociones que
necesitamos para conectarnos con nuestras propias vivencias. El grupo
supone una nueva identidad más fuerte que nos permite enfrentar las
dificultades que conlleva el trabajo.
Siempre he estado buscando, estudié psicológia y trabajo en la búsqueda
de mi verdadera identidad y del verdadero sentido de mi vida, utilizo
todos los recursos y todas las escuelas, sigo Tradiciones y tengo un
Maestro Espiritual, trabajar en un grupo es beneficioso para mi busqueda
y puede ayudar a otros en la suya, siempre sabiendo que el beneficio
que cada uno obtengamos en el grupo será fruto solo del trabajo personal
realizados, de los pasos dados, y en el interior de uno mismo siempre
camina descalzo y en soledad.
TRABAJO ESENCIAL
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